Hoy en día, la Corte Suprema ha asumido un grado de poder e importancia que habría sido irreconocible desde la época de la fundación de los Estados Unidos. La reciente ola de escándalos éticos ha puesto al descubierto un sistema en el que los magistrados de la Corte Suprema ejercen un poder gigantesco durante décadas y apenas rinden cuentas, mientras que las decisiones de la Corte están cada vez más desvinculadas de nuestros valores democráticos y del principio de moderación judicial. Al mismo tiempo, la polarización entre los partidos políticos y la magistratura ha aumentado considerablemente los intereses partidistas en el proceso de confirmación de magistrados, lo cual ha creado una ruptura en el sistema. La confianza del público en la Corte Suprema nunca ha sido tan baja.
Por todo esto, hay cada vez más llamamientos a favor de una reforma. Las propuestas van desde la creación de un código de ética, hasta la ampliación de la Corte y la limitación de su jurisdicción. Una de las opciones más favorecidas sería también una de las más transformadoras: establecer un límite de 18 años en el período de mandato de magistrados y regularizar sus nombramientos. Con este sistema, los magistrados ocuparían su cargo en términos escalonados de servicio activo, de modo que se abriría una vacante cada dos años. Cada presidente podría hacer dos, y solo dos, nombramientos durante su término presidencial de cuatro años.
Este artículo explica cómo funcionaría esta reforma, por qué aumentaría la legitimidad de la Corte y cómo se efectuaría la transición del sistema actual. También describe cómo se podrían adoptar los elementos fundamentales de esta reforma mediante una ley sancionada, de acuerdo con la Constitución y creando el cargo de “magistrado sénior”. Entre otras funciones, los magistrados sénior decidirían causas por designación en tribunales inferiores, participarían en las causas de la Corte Suprema si algún otro magistrado se recusa o si hay vacantes imprevistas, y colaborarían en la gestión y administración de los tribunales federales. Este marco es parecido al sistema existente de jueces sénior que se ha estado implementando desde hace más de un siglo y se ha aplicado a la magistratura desde 1937. Sin embargo, en vez de dejar a decisión de los magistrados el momento en que asuman la categoría de sénior, con esta reforma el Congreso crearía un calendario según el cual cada magistrado adopta su categoría de sénior automáticamente después de 18 años de servicio activo en la Corte.
Los motivos a favor de una reforma son convincentes. En promedio, un magistrado actual permanece en su cargo unos diez años más que lo que permanecían sus predecesores hace apenas unas décadas, en la de los años 60. Es probable que el mandato de varios magistrados actuales de la Corte se extienda por hasta nueve términos presidenciales. Un período de mandato ilimitado permite que un solo magistrado pueda definir el rumbo de la ley a lo largo de generaciones sin considerar los cambios en los puntos de vista y en la composición del electorado. Coloca a los magistrados en una burbuja elitista donde no tienen por qué rendirle cuentas a nadie durante décadas. Ninguna otra democracia importante del mundo ofrece un cargo de por vida, o cargo vitalicio, a sus jueces de última instancia que deciden casos constitucionales.
Con la intensa polarización ideológica actual, cada vacante que se abre en la Corte Suprema también adquiere una importancia monumental. El ejercicio de un poder judicial en bruto ha remplazado las normas constitucionales históricas y ha alterado el proceso de confirmación de magistrados. Este juego político intransigente, permitido por la Constitución, quedó ilustrado de la forma más notoria cuando los senadores republicanos se negaron a considerar la nominación de Merrick Garland que había hecho el presidente Barack Obama en marzo de 2016, diciendo que estábamos demasiado cerca de las elecciones presidenciales, y luego se apuraron para confirmar a Amy Coney Barrett en octubre de 2020, cuando la votación anticipada de las elecciones presidenciales de ese año ya había comenzado.
Uno de los resultados de esta dinámica ha sido que los presidentes han dejado una impronta claramente desigual sobre la Corte. El presidente Donald Trump nombró a tres magistrados en cuatro años, mientras que los presidentes Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama nombraron cada uno a dos magistrados durante sus ocho años de presidencia. Esta gran variación y al igual que su impacto sobre el desarrollo del derecho estadounidense son imposibles de corresponderse con los principios de legitimidad democrática.
En cambio, con mandatos activos de 18 años y nombramientos regularizados, cada presidente tendría la misma impronta sobre la Corte durante su presidencia de cuatro años. Este sistema aumentaría el vínculo democrático entre la Corte y el público, haría que la institución refleje mejor los valores cambiantes de la población y, al mismo tiempo, preservaría la independencia judicial.
Esta reforma también contribuiría a un proceso de confirmación más funcional y menos político. Un mandato más corto reduciría la importancia de cada nominación, mientras que los nombramientos regularizados incentivarían a la búsqueda de consenso y a la rendición de cuentas al público si hay algún impasse en la confirmación. Los nombramientos regularizados también eliminarían el impacto desestabilizador que se siente cuando se abre una vacante hacia el final de una presidencia, porque una muerte o un retiro imprevistos no crearían un nuevo cargo que asignar, sino que un magistrado sénior ocuparía la vacante de forma interina. Esta reforma también garantizaría que ninguna persona acumule poder sin ningún control durante décadas.
Gran parte de la población estadounidense apoya los límites en el período de mandato de magistrados. Desde 2022, varias encuestas han revelado que más de las dos terceras partes del público está a favor de esta reforma, incluso más de las tres cuartas partes de las personas demócratas encuestadas, las dos terceras partes de las personas independientes y más de la mitad de las personas republicanas. Este apoyo bipartidista ha demostrado ser duradero: al menos desde 2014, las encuestas siempre han confirmado un respaldo de la supermayoría a favor de los límites en el mandato (ver el apéndice).
Un grupo amplio de académicos también los apoya. Cuando el National Constitution Center convocó a grupos separados de académicos conservadores y progresivos en 2020 para redactar lo que sería su constitución ideal, los dos grupos propusieron un mandato de 18 años. La Comisión Presidencial sobre la Corte Suprema, creada por el presidente Joe Biden con el objetivo de evaluar opciones para reformar la Corte Suprema, señaló que los límites en el período de mandato gozaban de un “apoyo bipartidista considerable”.
La Constitución le otorga al Congreso una gran libertad para determinar la estructura y las responsabilidades de la Corte Suprema. El Congreso debe utilizar esta facultad ahora para reformar la Corte Suprema.