Introducción
Las desigualdades raciales siempre han estado muy extendidas en todas las fases de la justicia penal, desde las detenciones, los allanamientos y registros, los tiroteos y otros usos de la fuerza policial, hasta las imputaciones, las sentencias y las condenas injustas. Como consecuencia, muchas personas consideran que el sistema de justicia penal está contaminado por un prejuicio estructural o institucional contra las comunidades no blancas, definido por las desigualdades raciales, económicas y sociales que han existido desde siempre. Estas desigualdades sistémicas también pueden generar prejuicios implícitos, es decir, prejuicios que puede sentir inconscientemente un agente de policía a favor de los miembros de su mismo grupo y en contra de los que no lo son y que influyen su actuar cotidiano cuando interactúa con el público.
Las reformas policiales, a menudo impulsadas por incidentes de brutalidad o conductas racistas, se han ocupado de corregir estas manifestaciones de prejuicio inconsciente. Por ejemplo, el Departamento de Justicia de los Estados Unidos (DOJ) ha obligado a dar capacitaciones sobre prejuicios implícitos como parte de los decretos por consentimiento que impone para erradicar las prácticas discriminatorias dentro de la fuerza policial. Estas medidas educativas están diseñadas para ayudar a la policía a reconocer estos prejuicios inconscientes y reducir su influencia sobre la conducta policial.
Estas reformas, aunque son bien intencionadas, dejan sin resolver una forma de prejuicio particularmente dañina, que sigue enquistada en la fuerza policial: el racismo explícito. El racismo explícito en la policía adopta muchas modalidades, desde formar parte de grupos supremacistas blancos violentos o militantes de extrema derecha, mostrar comportamientos racialmente discriminatorios contra el público o contra colegas dentro de la fuerza, y hasta hacer comentarios racistas y publicarlos en las redes sociales. Si bien se reconoce abiertamente que sigue habiendo policías racistas en los departamentos de todo el país, los gobiernos federales, estatales y locales no hacen casi nada para identificarlos proactivamente, denunciar su comportamiento ante fiscales que inconscientemente podrían estar confiando en sus testimonios en las causas penales que les toca atender, ni proteger a las diversas comunidades que han jurado servir.
Estos esfuerzos por corregir los prejuicios sistémicos e implícitos en la fuerza no van a lograr reducir las desigualdades raciales en el sistema, mientras el racismo explícito siga existiendo en la policía. Y hay muchas pruebas de ello.
En 2017, el FBI definió a los grupos supremacistas blancos como una “constante amenaza de violencia letal” que ha ocasionado más muertes que cualquier otra categoría de terrorismo interno desde el año 2000. Es alarmante que algunos documentos sobre políticas del FBI también alertan a sus agentes a los que se les asignan casos de terrorismo interno de que los grupos supremacistas blancos y los grupos de milicias antigobierno que investigan suelen tener “vínculos activos” con la policía.
Nunca estará de más resaltar el daño que pueden causar en la sociedad estadounidense los oficiales armados que están afiliados a grupos supremacistas blancos violentos o grupos de milicias antigobierno. Sin embargo, a pesar de que el FBI reconoce la existencia de estos vínculos, el Departamento de Justicia no tiene ninguna estrategia nacional para identificar a policías supremacistas blancos ni proteger la seguridad y los derechos civiles de las comunidades que vigilan.
Obviamente, es probable que solo sean unos pocos los policías que son miembros activos de grupos supremacistas blancos. Pero no se necesita acceder a ninguna información secreta recopilada en las investigaciones del FBI sobre terrorismo para encontrar pruebas de racismo explícito y manifiesto en las fuerzas policiales. Desde el año 2000, han quedado expuestos policías con supuestos vínculos a grupos supremacistas blancos o involucrados en actividades de militancia de extrema derecha en Alabama, California, Connecticut, Florida, Illinois, Luisiana, Míchigan, Nebraska, Oklahoma, Oregón, Texas, Virginia, Washington y Virginia Occidental, entre otros sitios. Varias organizaciones de investigación han expuesto a cientos de policías federales, estatales y locales que participan en actividades racistas, antiinmigratorias y sexistas en las redes sociales, lo cual demuestra que el prejuicio manifiesto es algo demasiado común en la fuerza. Las actividades de estos agentes se suelen conocer dentro de sus departamentos, pero a menudo solo reciben alguna medida disciplinaria o son despedidos solo si se produce algún escándalo público.
Muy pocas instituciones policiales tienen políticas que prohíban específicamente la afiliación a grupos supremacistas blancos. En su lugar, a veces se aplican medidas correctivas por prohibiciones más generalizadas sobre conductas perjudiciales al propio departamento o por infracciones de regulaciones antidiscriminatorias o de políticas sobre redes sociales, si es que se aplican. Los despidos suelen terminar en largos litigios donde los oficiales despedidos alegan una violación de sus derechos de libertad de expresión y asociación, contemplados en la Primera Enmienda. La mayoría de los tribunales han confirmado los despidos de policías afiliados a grupos militantes o racistas, de acuerdo con las decisiones de la Corte Suprema que limitan la libertad de expresión de funcionarios en torno a temas de interés público. Los tribunales les han dado a las instituciones policiales aún más libertad para restringir los derechos de expresión y asociación, porque consideran que tienen una “mayor necesidad de orden, lealtad, moral y armonía”.
Sin embargo, otros policías asociados a grupos militantes o con comportamientos racistas no fueron despedidos o, si lo fueron, sus despidos fueron anulados durante algún proceso judicial o arbitraje. Este debido proceso es necesario para garantizar la integridad e igualdad durante la aplicación de medidas disciplinarias y proteger a los agentes de policía acusados falsamente para que no sufran castigos injustos. Claro que habrá casos en los que el comportamiento de un agente puede ser corregido con medidas disciplinarias que no incluyan el despido. Pero dejar a un agente corrompido por comportamientos racistas en un puesto con un inmenso poder para tomar la vida y la libertad de una persona requiere un plan detallado de supervisión para mitigar las posibles amenazas que representa a la comunidad que vigila, y que sea implementado con la suficiente transparencia como para recuperar la confianza del público.
Evidentemente se ha progresado bastante en el esfuerzo por eliminar el racismo explícito de la fuerza policial desde la época del movimiento de los derechos civiles, cuando era demasiado frecuente encontrar agentes de policía afiliados al Ku Klux Klan (KKK). Pero, como argumenta Vida B. Johnson, profesora de Derecho de la Universidad de Georgetown, “el sistema no podrá lograr su supuesto cometido mientras la supremacía blanca continúe ocultándose en la fuerza”. Las personas no blancas siguen teniendo poca confianza en la policía porque suelen ser víctimas de violencia y abuso policial y son el grupo que menos recibe asistencia de la policía cuando son víctimas de delitos. Cuando se ve que, durante los últimos años, la fuerza policial no ha dado una respuesta adecuada a la violencia racista ni a los delitos de odio y que no ha actuado como corresponde durante los disturbios ocasionados por supremacistas blancos en todo el país, muchas personas temen que el prejuicio en la fuerza policial sea un problema generalizado. Este informe evalúa la respuesta de la policía ante los comportamientos racistas, la supremacía blanca y la militancia de extrema derecha dentro de la misma fuerza y recomienda políticas y soluciones para diseñar una respuesta más efectiva.