Me llena de orgullo anunciar que Simon & Schuster acaba de publicar mi nuevo libro en inglés The SupermajorityHow the Supreme Court Divided America” (La supermayoría: Cómo la Corte Suprema dividió a los Estados Unidos). Cuenta la historia de cómo la Corte Suprema se inclinó hacia la derecha ideológica y por qué perjudica al país.
Quería basarme en las lecciones que aprendimos de nuestra historia para comprender cómo llegamos al punto en el que estamos y qué va a pasar en el futuro. Quería exponer las razones por las que un debate profundo sobre la Corte Suprema no es una transgresión: es la forma en que nuestro país siempre ha respondido cuando sus magistrados se pasan de la raya.
Y quería movilizar a la gente y llevarla a la acción.
Como siempre, aprendí muchísimo escribiéndolo.
Hubo algo que se hizo evidente: ya hemos pasado por esto. Por lo general, la Corte Suprema refleja el consenso público. Pero otras veces, la Corte se ha convertido en una institución excesivamente activista, o ideológica, o partidista, y ello ha provocado un contraataque feroz. Esas peleas judiciales se han colocado en el centro de la escena política. Han sido intensas y partidistas y han transformado el país.
El dictamen en la causa Dred Scott de 1857 que establecía que las personas de raza negra nunca podrían ser ciudadanas de los Estados Unidos es un ejemplo. Claro que fue una atrocidad ética. Yo sabía que había contribuido a la Guerra Civil, pero no me había dado cuenta de lo mucho que había forjado la política de nuestro país.
Los ataques que hizo Abraham Lincoln a esta decisión judicial contribuyeron a su elección como presidente y al fortalecimiento del partido republicano.
Algunos historiadores lo han criticado por haber acusado a los magistrados de ese entonces de estar trabajando con el presidente James Buchanan y otros políticos a favor de la esclavitud, pero resulta que hasta Abe el honesto, como se le conocía a Lincoln, subestimó la cantidad de colusión que realmente existía en ese momento.
De igual modo, tampoco me había percatado de que el gran tema en la famosa campaña presidencial de Theodore Roosevelt de 1912 como candidato del entonces partido progresista era su ataque contra los magistrados reaccionarios y sus dictámenes en varias causas como Lochner v. New York.
El breve período de la Corte de Warren, cuando la Corte estaba más adelantada que el país, deslumbró a muchas de las próximas generaciones de liberales, aunque, durante gran parte de nuestra historia, la “moderación judicial” fue uno de los gritos de combate del ala progresista. Y seguimos viviendo en el período conservador que surgió como contraataque a la era de la Corte de Warren.
Me convencí cada vez más de que quería quitarles el sentido excesivo de autocomplacencia a mis colegas liberales. Debemos desembelesarnos: debemos reconocer que los magistrados no son magos (aunque usen togas) ni personalidades religiosas, sino más bien autoridades gubernamentales. Autoridades gubernamentales muy muy poderosas, con nombramientos de por vida y respaldadas por una enorme maquinaria de donaciones anónimas.
Hubo otra cosa que se me hizo evidente a lo largo del año que me llevó escribir el libro: este no es solo un período increíblemente transcendental, sino también uno muy escandaloso. Se filtró la decisión sobre el caso Dobbs acerca del aborto; nos enteramos de lo mucho que Ginni Thomas (la esposa del magistrado Clarence Thomas) estaba involucrada en el movimiento que buscaba detener el robo de las elecciones presidenciales de 2020 y que ocasionó la insurrección del 6 de enero; y los actuales magistrados comenzaron a atacarse mutuamente en público.
Un observador judicial una vez dijo que la Corte, en una versión anterior, se asemejaba a “nueve escorpiones dentro de una botella”. Ahora los escorpiones andan caminando por la mesa.
Todo esto ha contribuido al derrumbe de la confianza del público en la Corte en un momento en el que sus líderes de extrema derecha procuran realizar jugadas fuertes y atrevidas. La receta perfecta para un mayor conflicto.
Hay otra cosa que me alienta. Mucha gente se desespera cuando piensa en la Corte. Como señala Dahlia Lithwick de Slate, existe una impotencia aprendida.
En realidad, hay varias cosas que podemos hacer. La conclusión de mi libro respalda la incorporación de límites en el período de mandato de los magistrados (una propuesta muy favorecida por todo el espectro político), un código de ética de aplicación obligatoria y otras reformas de la Corte.
Además, podemos exigirle al Congreso que tome cartas en el asunto, por ejemplo, restaurando la Ley de Derecho al Voto, aun cuando ello implique cambiar las reglas obstructivas del filibusterismo en el Congreso. Los tribunales estatales y las constituciones también pueden realizar importante aportes. No debemos temerles a las enmiendas constitucionales y así sucesivamente.
Ante todo, debemos asegurarnos de que la Constitución y la Corte Suprema sean, de aquí en adelante, cuestiones de gran importancia pública. Las reacciones que generó la causa Dobbs sugieren que gran parte de la población estadounidense de repente se ha despertado y aceptado el reto.
El país se mueve en una dirección, y la Corte está dando un giro brusco hacia otra. Esta brecha puede transformar la política en 2024 y en los años siguientes.
Finalmente, una confesión personal: me encantó escribir el libro. El redactor deportivo Red Smith dijo una célebre frase: “Escribir es fácil. Lo único que hay que hacer es sentarse frente a la máquina de escribir, cortarse una vena y sangrar”.
Para mí no es así. Yo disfruto mucho hacer este trabajo con mis colegas del Brennan Center. Tenemos el privilegio de abordar grandes temas, de luchar a favor de la democracia de los Estados Unidos en un momento de enorme peligro.
Volver a colocar a la Corte Suprema en su lugar correcto dentro de nuestro sistema es parte esencial de esa misión.
Traducción de Ana Lis Salotti.