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En una entrevista realizada este fin de semana, el presidente de la Cámara de Representantes Mike Johnson volvió a afirmar que no es negacionista de elecciones. Pero luego… argumentó falsamente que las elecciones de 2020 fueron ilegítimas.
Johnson se esfuerza por diferenciarse de gente como la representante Marjorie Taylor-Greene (R-GA), quien insiste en que el fraude electoral generalizado decidió las elecciones de 2020. A esa alegación en bruto, Johnson le aplica un brillo aparentemente legalista.
En el frenesí de teorías sobre máquinas de votación manipuladas, satélites italianos espía y urnas de boletas misteriosas, él ideó un motivo que suena más civilizado para negarlos resultados de las elecciones. Insistió en que el problema era que las autoridades estatales violaron la Constitución cuando ampliaron la votación en ausencia, ofrecieron boletas de voto por correo y realizaron otros cambios en respuesta a la pandemia por covid-19.
En el mundo real, este esfuerzo heroico que hicieron las autoridades electorales de los dos partidos políticos garantizó que las elecciones se desarrollaran con seguridad, sin dificultades y con la participación de la ciudadanía en las elecciones más alta desde 1900. Para Johnson, estos esfuerzos fueron ilegítimos y socavaron la integridad de las elecciones.
La suya es una diferencia vacía. Los dos, Johnson y Taylor-Greene, creen que las elecciones de 2020 fueron robadas; su único desacuerdo está en quién se las robó. Johnson es un negacionista de elecciones que usa espejuelos de carey y tiene un título de abogado.
En la entrevista que dio en el programa Face the Nation de CBS el fin de semana pasado, Johnson repitió su alegación de que “lo que pasó en muchos estados cuando cambiaron las leyes electorales sin haber recibido la ratificación de las legislaturas estatales es una violación a la Constitución… Este es un simple hecho que nadie puede disputar”.
En realidad, la Corte Suprema repudió esta misma alegación en junio pasado. La teoría de Johnson está reflejada en lo que se conoció como la “teoría de las legislaturas estatales independientes”. Es la afirmación de que la Constitución les dio a las legislaturas estatales la autoridad exclusiva de establecer las reglas electorales federales sin ningún freno ni contrapeso de parte de los tribunales y constituciones estatales, de los gobernadores o de la ciudadanía… y de la que nadie se había percatado hasta ahora.
La idea de Johnson es un disparate. Ningún tribunal la había confirmado en los últimos dos siglos, y ningún sitio del país administró las elecciones de esa forma.
En la causa Moore v. Harper, el presidente de la Corte Suprema, el magistrado John Roberts, y los magistrados nombrados por Trump Brett Kavanaugh y Amy Coney Barrett se sumaron al bloque liberal de la Corte Suprema. Antes, la “teoría” de Johnson estaba errada; ahora lo está aún más. Ese sí que es “un simple hecho que nadie puede disputar”.
Si Johnson presentara sus motivos ante un tribunal de justicia, se leo podría sancionar por no admitir una autoridad judicial contraria a su propia posición. Por otro lado, los políticos sí son libres de decir tonterías.
Pero él es mucho más que un experto con hambre de tiempo en la televisión ode clics. Johnson ocupa el segundo lugar a la presidencia y podría desempeñar un papel importante en cualquier deliberación que mantenga el Congreso sobre los resultados de las elecciones presidenciales de 2024.
Durante estos días, la prensa se pregunta de qué manera debería darle cobertura a Donald Trump, cuyos discursos y publicaciones en las redes sociales tienden cada vez más hacia el autoritarismo absoluto.
¿Deberían ignorarlo? ¿O darle cobertura?
Es hora de hacerse la misma pregunta sobre Mike Johnson. Ahora ejerce un poder enorme. ¿Qué haría esta vez?
Espero que le sigan preguntando, una y otra vez, por qué sigue negando los resultados de las elecciones… a pesar de sus negativas.
Traducción de Ana Lis Salotti.