Artículo originalmente publicado en Newsweek.
Las mujeres ocupan el 29 por ciento de los escaños del actual Congreso. Es un enorme adelanto comparado con 1916, cuando el número de representantes y senadoras era cero. En 1917, Janette Rankin se convirtió en la primera mujer electa para el Congreso. Debemos celebrar a las pioneras como Rankin y Mae Ella Nolan, que fue la primera mujer en presidir un comité del Congreso en 1923. Debemos homenajear a Stephanie Tubbs Jones, Juanita Millender-McDonald y Nydia Velázquez, que en 2007 se convirtieron en las primeras congresistas no blancas en presidir comités congresuales. Pero no podemos dejar que la celebración de estas pioneras nos nuble la vista sin comprender quiénes tienen el poder en el Congreso.
A pesar de ocupar el 29 por ciento de los escaños del actual Congreso, las mujeres solo tienen el 17 por ciento de los puestos de liderazgo en los comités congresuales (tanto como presidentas o integrantes de mayor rango del partido opositor). De hecho, en el actual congreso, el número 118, hay más presidentes llamados Michael en los comités de la Cámara de Representantes que mujeres.
Y esta no es tan solo una cuestión de puestos. En el Congreso, casi toda la acción legislativa se desarrolla mediante un sistema de comités, donde cada presidente de comité decide muchísimas cosas. Determina qué temas evaluar, qué proyectos de ley se llevan a audiencia y a qué testigos llamar. Tiene el control sobre el presupuesto, el personal y las prioridades del comité. Como resultado de su poder sobre el funcionamiento de los comités, que es un componente fundamental de la aprobación de proyectos de ley, el presidente de un comité le saca una enorme ventaja al resto de congresistas a la hora de convertir en ley los proyectos que presenta. Estos beneficios le permiten al presidente de un comité ser mejor legislador y crear un tipo de perfil que atraiga al electorado y a los donantes y así ayudarle a mantenerse en el poder. Queda claro que las mujeres deberían tener acceso pleno a estos cargos.
Sin embargo, pasaron cien años desde que Nolan se convirtió en la primera presidenta de un comité, y las congresistas mujeres aún no tienen la plena representación que deberían tener en los cargos de liderazgo de comités. ¿Por qué?
De lo poco que sabemos sobre el proceso de selección, las congresistas mujeres están en desventaja. Los comités directivos de los dos partidos políticos eligen al presidente (o al integrante de mayor rango si se trata del partido opositor) y a cada integrante de los comités. Como lo describo en mi libro sobre comités congresuales, los comités directivos —compuestos por líderes de los partidos políticos y otros miembros destacados— no publican qué criterios o procesos utilizan para decidirlo, pero sabemos que entran en juego muchos factores, tales como la experiencia de recaudación de fondos de cada integrante, sus relaciones personales y su activismo dentro del partido político, y la unidad partidaria (es decir, si la persona vota igual que el partido).
El énfasis que ponen los comités directivos en la recaudación de fondos excluye a muchas congresistas mujeres de la posibilidad de ocupar un cargo de presidenta de un comité. Las mujeres y las personas no blancas tienden a depender más de las pequeñas donaciones para financiar sus campañas políticas que de las gigantes contribuciones de los PAC y los megadonantes. Este es un obstáculo que existe en el actual sistema de recaudación de fondos de campaña en los Estados Unidos. Las mujeres recaudaron en promedio $500,000 menos que los hombres en 67 contiendas competitivas para ocupar escaños en el Congreso durante 2018. Y las mujeres no blancas, en promedio, recaudaron menos que todos los demás candidatos a la Cámara de Representantes en las elecciones generales entre 2012 y 2018.
Además, un estudio demostró que, cuando los comités directivos seleccionan a sus integrantes de comités, las mujeres tienen menos probabilidades que los hombres de que se las asigne a los comités de su preferencia. Históricamente, formar parte de determinados comités,como el de Medios y Arbitrios y el de Energía y Comercio, se ha considerado útil a la hora de recaudar fondos de campañas políticas y crear una imagen positiva a nivel nacional, por ejemplo, para luego acceder a cargos más altos. Claro que la percepción de prestigio de cada comité cambia con el tiempo. Pero, dada la fundamental importancia que tienen los comités en el proceso legislativo, cuando a las mujeres no se las asigna a los comités de su preferencia, sus carreras en el Congreso sufren repercusiones negativas.
Son profundos los obstáculos que enfrentan las mujeres cuando intentan ingresar y ascender en el sistema de los comités, pero hay maneras de crear un proceso más equitativo. Cuando se deciden los futuros cargos de liderazgo en los comités, los comités directivos de los partidos políticos deberían asegurarse de que la demografía de los puestos de liderazgo represente a todos sus integrantes en la cámara y que los cargos en los comités más importantes se distribuyan equitativamente.
Los partidos políticos también deberían trabajar para eliminar las barreras que existen en el sistema de financiación de campañas políticas que perjudican a las mujeres y a las personas no blancas. A este grupo de personas les cuesta más recaudar dinero para llevar adelante campañas competitivas y ganar un escaño en el Congreso y luego, si lo logran, esos mismos obstáculos las colocan en el último lugar para alcanzar un puesto de liderazgo en algún comité. Las reformas de financiación de campañas ayudarán a que líderes con trasfondos diversos puedan ganar las elecciones, aumentarán su eficacia y poder legislativos cuando ocupen un cargo.
Podemos sentir orgullo de que haya cada vez más congresistas mujeres desde que la representante Rankin ganó su escaño. Pero eso no basta. A demasiadas congresistas mujeres se les cierra el camino cuando intentan liderar un comité. Las mujeres del Congreso se merecen pleno acceso al poder legislativo. Y su electorado también.
Traducción de Ana Lis Salotti.