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Con frecuencia, los políticos dicen haber leído libros que ni siquiera abrieron. Donald Trump fue noticia la semana pasada cuando afirmó no haber leído un libro, uno escrito por sus amistades y aliados. Se trata de un ladrillo de 887 páginas, el Proyecto 2025 de la Fundación Heritage, sobre el cual Trump afirmó no “saber nada al respecto” y no tener “ni idea de quiénes están detrás”.
¿Por qué mentir con tanta transparencia?
Quizá Trump quería distanciarse de Kevin Roberts, líder de la Fundación Heritage. “Estamos en el proceso de una segunda revolución estadounidense, en la que no se derramará sangre”, declaró Roberts, “si la izquierda permite que así sea”.
Quizá también Trump se dio cuenta de que, si el público conociera el plan, les daría escalofríos.
La Fundación Heritage es un grupo de expertos de larga tradición, ubicado en Washington, DC. Quienes siguen al Brennan Center lo conocen como uno de los precursores de la Gran Mentira.
Esta fundación continúa afirmando sin cesar y con descaro que hay un fraude electoral generalizado, a pesar de la gran cantidad de pruebas que demuestran lo contrario. Con el Proyecto 2025, Heritage vuelve a pensar en grande.
El Proyecto 2025 es una agenda política agresiva y ambiciosa, un plan que plantea una enorme expansión del poder presidencial. Hay asociados muy cercanos a Trump que ayudan a liderar el proyecto.
Johnny McEntee, exdirector de operaciones de la Oficina Oval, fue asesor sénior. Otro, Russ Vought, que afirma que estamos viviendo en una “época posconstitucional”, puede terminar siendo el jefe de gabinete de la Casa Blanca. La secretaria de prensa de la campaña de Trump apareció en un video de contratación para el Proyecto 2025. La sed de poder de los autores se ve pasmada en cada página.
Por todo esto, el Proyecto 2025 es un testamento perverso del poder de las ideas.
Los liberales podrían aprender de esto.
Sobre todo, este proyecto se adhiere a una versión maximalista de la “teoría del ejecutivo unitario”, es decir, la noción de que únicamente el presidente controla la rama ejecutiva del poder y puede actuar sin estar sujeto al sistema de frenos y contrapesos. Es una versión mucho más elaborada de lo que Trump le dijo a un grupo de estudiantes de cívica en 2019: “Tengo un Artículo II [de la Constitución], en el que, como presidente, tengo el derecho de hacer lo que se me dé la gana”.
Esta agenda, que socavaría la independencia de las agencias de la rama ejecutiva, revertiría décadas de esfuerzos de despolitizar las fuerzas policiales, la política fiscal y la ciencia.
Pensemos en el FBI. Tras los abusos cometidos por J. Edgar Hoover, la ley federal le puso al director del Buró un límite de mandato de 10 años y, así, se prolongó el cargo para que abarcara más de un mandato presidencial y se minimizara la interferencia política. El Proyecto 2025 le daría al presidente la facultad de nombrar a un director del FBI que le sea leal solo al presidente.
Cambiaría drásticamente el Departamento de Justicia (DOJ), la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA), la Comisión de Bolsa y Valores (SEC) y muchas otras entidades esenciales. Impondría un control político e ideológico sobre cuestiones como quiénes pueden ser procesados penalmente, qué medicamentos son seguros y si a los amigos del presidente se les permite hacer uso de información privilegiada para comprar o vender acciones.
El libro del Proyecto 2025 describe en detalle el plan para despedir a decenas de miles de funcionarios públicos y remplazarlos con partidarios leales. Trump trató de implementar una idea parecida, conocida como Programa F, hacia el final de su presidencia, pero no le alcanzó el tiempo.
Ahora, la Fundación Heritage escribe: “Darles poder a las personas nombradas para ocupar cargos políticos en la Administración es fundamental para el éxito de la presidencia”.
Esto puede parecer banal, pero es una propuesta verdaderamente radical. Ningún presidente nunca buscó este tipo de poder. Es inherentemente corrupto.
El libro está repleto de estratagemas que buscan impulsar políticas sociales nacionalistas y cristianas. Los autores catalogan al tratamiento de aborto farmacéutico con mifepristona como “la mayor amenaza contra el niño sin nacer en un mundo pos-Roe”.
Exigen “una campaña para aplicar las prohibiciones penales” que surgieron de la Ley Comstock del siglo diecinueve, que prohibía el envío por correo de toda “parafernalia relacionada con el aborto”. Busca ignorar la preferencia por el derecho al aborto que demuestra la mayoría de la población estadounidense y pone en ridículo las promesas de la derecha de dejar estas decisiones en manos de los estados.
Al mejor estilo Orwelliano, el Proyecto 2025 prohibiría de todas las regulaciones y contratos federales el uso de términos como “orientación sexual e identidad de género, diversidad, equidad e inclusión (DEI), género, igualdad de género, equidad de género, consciencia de género, sensibilidad de género, aborto, salud reproductiva [y] derechos reproductivos”.
Esta visión de un presidente omnipotente podría leerse como un libro de ficción de aficionados derechistas. Pero Trump tendría más poder para ponerla en práctica que cualquier otro presidente en años.
La Corte Suprema en el caso Trump v. United States glorificó la delincuencia en el poder ejecutivo cuando declaró, increíblemente, que el presidente tiene una presunta inmunidad absoluta de procesamiento penal si sus delitos fueron parte de “actos oficiales”. Otros dictámenes del máximo tribunal les impediría a las agencias regulatorias actuar por debajo de la vista del presidente y, mediante varios pretextos pseudoconstitucionales, les daría a jueces conservadores la última palabra sobre gran parte de las políticas sociales.
Y luego está el Congreso, que debería colocar frenos sobre un poder ejecutivo desmesurado. Pero, en su mayoría, los dos partidos políticos han abandonado esa función cuando se trata de un presidente de su propio partido. El nuevo liderazgo republicano se mostrará menos dispuesto a rebelarse contra Trump que antes.
Esta vez, Trump no estará rodeado de “adultos”. Como novato, había seleccionado a un gabinete para tener más seguridad, o bien, como en el caso de Rex Tillerson de cabello cano, porque tenían la correcta apariencia. Ahora está rodeado de personas ideólogas muy habilidosas.
Muchos están comenzando a percatarse del radicalismo que tienen el Proyecto 2025 y los planes de Trump para su segundo mandato. Varios grupos como el Center for American Progress están publicando análisis detallados. Muchos políticos demócratas han comenzado a criticar el plan. Resta por verse si un libro se puede convertir en el villano de la campaña.
En todo esto, yo le doy crédito a la Fundación Heritage. Es valioso poner por escrito lo que se quiere hacer.
En 1980, Ronald Reagan era considerado un peso liviano, y Heritage tenía apenas unos pocos años de vida. En ese entonces, esta fundación le creó una agenda conservadora detallada para que Reagan la aplicara.
Nunca nadie había hecho algo así. Y agitadores como la administradora de la Agencia de Protección Ambiental Anne Gorsuch (sí, la madre de Neil) puso en práctica los objetivos del plan. Transformaron el gobierno. “Las ideas tienen consecuencias” fue el mantra de la revolución Reagan.
Nuevamente, el proyecto 2025 proyecta una conmoción transgresiva por su radicalismo. En 1986, el presidente de la Fundación Heritage citó a Vladimir Lenin: “Las ideas son cosas mucho más fatales que las armas”.