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Análisis

Una segunda Edad Dorada con altos aranceles y favoritismos

Los aranceles y el favoritismo son indicios de una era política envenenada.

abril 16, 2025
White House
J. David Ake / Getty
  • La nueva presidencia imperial se combina con la nueva política de los multimillonarios.
  • A quienes nos importa el rol excesivo que tiene el dinero en la política debemos entender la importancia de este momento.

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Donald Trump parece haber llegado a la época en la que, según él, Estados Unidos fue verdaderamente “grande”: finales del siglo XIX. Mark Twain la llamó la Edad Dorada.

El historiador de la Era Progresiva, Vernon Parrington, le dio otro nombre. A esa época de altos aranceles, sin impuestos sobre la renta, nuevas fortunas enormes y la liberalidad del gobierno, él la llamó “el Gran Asado”(Great Barbecue). 

Muchos fueron invitados, aunque “no todos, claramente; las personas comunes y corrientes, quienes estaban en casa trabajando en las granjas o en las fábricas fueron pasados por alto; en efecto, un buen número del total de la población estadounidense. Pero todas las personas importantes, banqueros, patrocinadores y empresarios líderes recibieron invitaciones”.

La clave para el capitalismo clientelista de esa época fue la forma en que el gobierno federal se financiaba. El gobierno era muchísimo más pequeño, claro, y hacía muy poco. La mayor parte de la rama ejecutiva cabía en un solo edificio de oficinas (la suntuosa estructura que ahora se conoce con el nombre de Edificio de Oficinas Ejecutivas Eisenhower, al lado de la Casa Blanca).

Pero los aranceles —la fuente principal de fondos para las operaciones del gobierno— se convirtieron en el foco principal de lobby, favoritismo y sobornos. Al igual que en la Edad Dorada original, la podredumbre ya está empezando a verse debajo de la superficie dorada.

Hace dos semanas, Trump declaró una guerra comercial al mismo tiempo contra el mundo entero, posiblemente una estrategia no muy bien pensada. Una semana después del “Día de la Liberación”, vino el “Día de la Capitulación” luego de que el mercado de bonos advertía que se aproximaba rápidamente una crisis financiera. Pero los aranceles del 125 % sobre las importaciones de China siguieron en pie, con más o menos un sinnúmero de excepciones y complicaciones.

Los aranceles superaltos pueden ser devastadores para la industria de productos electrónicos para el consumidor. Todos recordamos, en el día de la inauguración del presidente, la vista alarmante de los tres hombres más ricos del país —Elon Musk, Jeff Bezos y Mark Zuckerberg— sentados en la primera fila, delante de los secretarios del gabinete. Acomodado cerca de ellos, también estaba Tim Cook, CEO de Apple, cuyos iPhones y otros productos se fabrican en China. Las firmas tecnológicas hicieron sonar las alarmas con respecto a los aranceles, y los lobistas acudieron a la administración en tropel.

De modo que, si bien mantuvo los altos aranceles para casi todos los productos importados de China, a última hora del viernes Trump anunció por lo bajo que los teléfonos inteligentes, las computadoras portátiles y otros dispositivos similares quedaban exentos de los aranceles.

Esto es favoritismo puro. Y, en sí, no tiene ningún sentido tampoco.

Howard Lutnick, el locuaz secretario de comercio, había explicado que los aranceles buscaban hacer regresar estas mismas industrias a nuestro país. “Vamos a reemplazar el ejército de millones y millones de seres humanos atornillando tornillitos para fabricar iPhones, ese tipo de cosas va a venir a los Estados Unidos”. (Esas fábricas serían automatizadas. Pero a no preocuparse: las “destrezas de oficio de los Estados Unidos” se utilizarían para reparar los sistemas de calefacción y aire acondicionado en las fábricas automatizadas de iPhones).

De igual modo, los aranceles de Trump harían que fuera más costoso fabricar esos iPhones aquí que en China, ya que los tornillos, los sistemas de calefacción y aire acondicionado y todas las partes que importamos para ensamblarlos estarían sujetos a los nuevos impuestos.

Las excepciones a los aranceles también demuestran la naturaleza regresiva de estos impuestos al consumidor. Las computadoras que cuestan miles de dólares estarían exentas, pero la ropa, las tostadoras, los bolígrafos y otras cosas importantes para la vida cotidiana tendrían el cargo máximo.

Ahora bien, no hay ninguna prueba (aún) de que haya habido contribuciones de campaña después del anuncio de los aranceles o que los lobistas hubieran ganado este vacío gigante en la política insignia de la Casa Blanca. Sea cual fuera el caso, estamos viendo el primer ejemplo de cómo una batalla por las excepciones llegará a definir este tipo de métodos mercantilistas.

Como Trump se asigna la facultad de colocar estos impuestos unilateralmente mediante poderes presidenciales de emergencia, quienes pidan favores irán directamente al 1600 de Pennsylvania Avenue. La nueva presidencia imperial se combina con la nueva política de los multimillonarios.

En otras épocas, los miembros del Congreso establecían estas tasas, al igual que lo hacen con otros impuestos. Ahí se quedaron, con la boca abierta. Sin embargo, algunos parecen haber encontrado una forma de ser parte del Gran Asado.

Según el New York Times, las últimas declaraciones financieras de la representante Marjorie Taylor Greene revelan que compró acciones por hasta $315,000 unas pocas horas antes de que Trump anunciara la suspensión de sus aranceles globales. (Los miembros del Congreso suelen culpar a sus asesores financieros por hacer estas operaciones afortunadas en el momento oportuno).

Greene es una de las docenas de congresistas de los dos partidos políticos que compran y venden acciones activamente, mientras ejercen poder sobre enormes sectores de la economía.

Solo se puede esperar más de este tipo de cosas. ¿Cuáles son las respuestas? El financiamiento público de las campañas políticas (propuesto por primera vez por Theodore Roosevelt), la total divulgación de las grandes donaciones y regalos, restricciones más estrictas o incluso la prohibición de realizar operaciones bursátiles para los miembros del Congreso, y la reforma de los poderes de emergencia, para empezar.

A quienes nos importa el rol excesivo que tiene el dinero en la política debemos entender la importancia de este momento. La gente siempre se disgusta por la forma en que las grandes donaciones dominan el gobierno, pero también siempre dudan de que se pueda hacer algo.

Pero, a veces, la gente se enoja. Cuando ve la injusticia y las artimañas que pueden acompañar a un gobierno transaccional, la gente se siente impulsada a la acción. Theodore Roosevelt dijo sobre la última Edad Dorada que, tarde o temprano, llegará el “día de la expiación”.

Traducción de Ana Lis Salotti.