Joe Biden y Donald Trump debatirán el jueves a las 9 p.m., hora este, en CNN. Como exalumno del mundo de los debates e historiador presidencial, estoy deseoso de verlo.
Richard Nixon y John F. Kennedy tuvieron el primer debate presidencial televisado en 1960. Quienes lo vieron por televisión prefirieron al bronceado Kennedy por encima del sudoroso Nixon; quienes lo escucharon por radio pensaron que Nixon ganó. (Algunos estudiosos lo han desmentido. En mi opinión, la anécdota es demasiado buena para verificarla).
Los siguientes debates fueron en 1976 y desde entonces han ocurrido cada cuatro años.
Los recordamos por las meteduras de pata y el drama. Pero cuando se ven en C-SPAN, lo más interesante es la seria conversación sobre asuntos y estrategias.
Es probable que Gerald Ford haya perdido las elecciones de 1976 cuando declaró desconcertantemente, “No hay dominio soviético de Europa Oriental”. Eso reforzó la burla injusta de Lyndon Johnson de que Ford no tenía nada de malo “excepto que jugó futbol americano sin casco demasiado tiempo”.
En 1980, Ronald Reagan disimuló su mayor debilidad al reírse de las acusaciones de Jimmy Carter sobre su extremismo (“Y dale otra vez”). Reagan logró convertirse en una alternativa aceptable y obtuvo un triunfo aplastante.
Esta vez, ambos candidatos enfrentan riesgos.
En el caso de Biden, paradójicamente, es que es presidente. Ford, Carter, Reagan, George H.W. Bush, George W. Bush, Barack Obama y Trump perdieron su primer debate.
Los que tienen el puesto han perdido la práctica y están demasiado protegidos. Una banda militar toca “Hail to the Chief” cuando entran. Pocas veces se les cuestiona directamente. Biden ha tenido poquísimas conferencias de prensa y entrevistas. Tendrá que esforzarse mucho para evitar mostrarse irritado ante las críticas a su presidencia.
Hace cuatro años, Donald Trump estuvo frenético, hiperbólico y, según se supo después, tenía fiebre debido al Covid-19. En gran parte perdió por eso.
Ahora, en sus manifestaciones, critica a sus enemigos y promete represalias. Pero el formato de CNN —con estrictos límites de tiempo y el micrófono apagado— podría ayudar perversamente a Trump, así como lo ayudó que lo echaran de Twitter.
Cuando yo era el redactor principal de los discursos de Bill Clinton, participé activamente en su preparación para el debate de 1996. Clinton bien conocía la mala suerte de los presidentes actuales y se esforzó mucho por cambiar esa percepción.
Para el primer debate, se preparó casi toda una semana en la frondosa Chautauqua Institution en el norte del estado de Nueva York. El senador George Mitchell hizo el papel de Bob Dole. Le dio duro a Clinton, quien, al igual que otros presidentes, no estaba acostumbrado a que lo censuraran en la cara.
En cierto momento, Clinton tiró sus documentos. “¡Está haciendo trampa! ¡Tiene notas!”
Todos los días les contábamos en secreto a los reporteros a la espera que Mitchell había superado al presidente, y todos pensaban que simplemente estábamos tergiversando la verdad para bajar las expectativas.
Con Clinton, escribimos, investigamos y practicamos preguntas. Cada día, Clinton se sentía más seguro. Los preparativos dieron fruto: fue el único presidente que prevaleció en el primer debate, según las encuestas.
Entonces, como aficionado político, estaré en busca de indicios de un candidato seguro de sí mismo.
Pero también quiero ver si el debate es útil para el público. Los presentadores de noticias de CNN harán todas las preguntas, y espero que estén a la altura de las circunstancias.
El asunto predominante —uno que rara vez ha surgido— es el estado de la democracia estadounidense. “No somos testigos inocentes de este continuo ataque contra la democracia”, Biden declaró en el Independence Hall de Filadelfia. No hay duda de que criticará duramente a Trump por tratar de bloquear la transición pacífica del poder hace cuatro años.
A su vez, uno de los argumentos principales de la campaña de Trump es su afirmación de que millones de personas que no son ciudadanas votarán. (Eso es una tontería, dicho sea de paso.) Como vimos en 2020, se recurre a la Gran Mentira de anticipado.
Espero que los candidatos hablen concretamente sobre la democracia estadounidense y cómo solucionar sus problemas. En el caso de Biden, favorecer la democracia no puede limitarse a ser un eufemismo para que lo apoyemos. Debe hablar sobre su agenda futura, como la Ley de Libertad para Votar (Freedom to Vote Act) y la Ley para Promover el Derecho al Voto de John R. Lewis (John R. Lewis Voting Rights Advancement Act).
Espero que los presentadores de noticias, en su deseo de tocar otros asuntos como la inflación o inmigración no apuren a los candidatos si desean hablar de estos temas: el derecho al voto, el 6 de enero y similares.
Es probable que oigamos sobre la Corte Suprema. Trump se ha mostrado deseoso de describir los tipos de jueces que quiere nombrar (como Clarence Thomas, según dijo).
Biden, por otro lado, desde hace tiempo duda en hablar de la corte en sí. En su Discurso sobre el Estado de la Nación, llegó a decirles a los magistrados “con todo el debido respeto, magistrados, las mujeres no carecen de… poder electoral ni político”. Hace dos semanas, por fin, dijo que el próximo presidente quizá nombre a dos jueces, y que Trump “nombraría a dos más que izarían la bandera al revés”.
También podemos esperar oír sobre la criminalidad. Trump solía hacer alarde de haber promulgado la Ley del Primer Paso (First Step Act), medida respaldada por ambos partidos sobre la reforma de condenas. Recientemente ha recurrido a retórica de enfado sobre el crimen, que supuestamente aumenta vertiginosamente.
Sí, la violencia aumentó bastante durante la pandemia, pero desde entonces se ha reducido marcadamente. Y no hay evidencia alguna de que la reforma de la justicia penal haya producido mayor delincuencia.
La labor del Brennan Center en este momento: combatir el temor con hechos. No es un objetivo malo para todos los que veamos el debate.
Traducción de Keynotes Translations and Editorial Services